¡Al fin le convencí para ir de vacaciones al crucero! ¡Era el
sueño de mi vida!
Ya no tenía excusa, los niños son mayores e independientes, no
tiene horario laboral (pues se ha jubilado ya), ya no hay obligaciones de nada,
así que no tuvo más remedio que aceptar.
Mi tan ansiado crucero se convirtió en un calvario, nada le parecía
bien, ninguna excursión, la habitación, la comida, la piscina…
Terminamos cada cual en un lugar, yo me apunte a todo y aunque
sola, disfruté; él se dedicó a estar frente la pantalla del Ipad y apostatar
de todos y a todos.
Llegamos a Barcelona, donde debíamos de desembarcar y coger el
tren para volver a casa.
Como siempre, todo deprisa, enfadado, maldiciendo y
exacerbando ante cualquier detalle.
-¡Corre, corre, pareces un vieja vaca varada en la carretera,
he visto caracoles más lentos, haremos tarde!
A esas alturas de normal yo ya habría desconectado, después de
36 años, estaba acostumbrada a ello; no obstante la brisa del mar, la breve libertad de la que disfrute en
la soledad de mis excursiones o no sé qué, hizo que esta vez no, su voz resonaba
en mi cabeza, machacona, estridente y desagradable; mientras lo seguía corriendo
cargada con las maletas.
En un alto para tomar aire, mientras él seguía maldiciendo ¡lo
vi!
Solo era una pequeña cafetería cerca de la estación central,
al ver la fachada, las mesas, oler el café… Todo se detuvo.
-¡No, no sigo, vete tú!
Ni idea de donde salieron esas palabras, seguro que de mi boca, pero no
recuerdo como pude pronunciarlas.
Esa pequeña imagen me recordó a Alberto, un amigo virtual, que
solía poner fotos suyas tomando café en ese preciso lugar.
Hacía 8 años que éramos amigos virtuales, con mucha
complicidad, sin pensar nunca en conocernos, pues aunque él había intentado
proponerlo, siempre le había cortado las alas.
Sin embargo ahora era el momento, el momento de conocer gente,
de disfrutar de mi soledad, de mi autonomía, de estar sin hijos y sobre todo de
no estar con alguien al que solo me unía la obligación de prepararle comida y
lavarle la ropa.
-Lo siento Juan, ha llegado el momento en el que tienes que aprender
a lavar tus calzoncillos y a comprar y preparar tu comida, yo me quedo.
Se detuvo, patitieso, sin palabras, blanco como la pared y
cuando pudo articular palabra, no fue nada bueno; no lo culpo, nunca me puse en
mi sitio, siempre fui una mujer dócil y callada.
Hoy ha llegado mi momento, tengo mi paguita de jubilada, no
necesito a nadie y me da igual si los demás lo aprueban o no, inclusive me da igual lo que opinen mis hijos. Solo sé que cuando
llevaba un rato sentada junto a un café frío y sin terminar, sin saber bien qué
camino tomar, sin saber si lo que había hecho era lo correcto, si todo explotaría a mi alrededor... se acercó alguien que me miraba sin parpadear, entre confuso y
maravillado y que al final se decidió a hablarme:
-¿Isabel? ¡Dios bendito, eres tú!
Nos abrazamos, fundidos en un abrazo de dos almas viejas que se
conocen y que sin embargo nunca se han visto.
¿Loca? ¡Tal vez! Pero feliz en mi locura, no pienso en mañana,
solo pienso en hoy, la vida es solo un suspiro y yo hace tiempo que cogí
aliento; así que solo pienso en disfrutar y ser feliz.
Autora:Rosa Francés Cardona (Izha)
Acupuntora, MTC, hipnosis, Dietética y Nutrición.
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